Érase una vez una húmeda mañana de mayo en la que servidora se afanaba en su oficina. Afuera puede que los pájaros cantaran, pero yo me encorvaba frente al ordenador buscando cosas en Google. Las palabras del día eran “cuentacuentos” y “empresarial”, puesto que intentaba averiguar más sobre una de las más desconcertantes modas del mundo de la gestión de los últimos tiempos: la moda que dice que contar historias es la mejor forma de comunicar, de motivar a la gente y, finalmente, conseguir que hagan lo que tú quieres que hagan.
La primera vez que me tropecé con la idea de los cuentacuentos empresariales, hace unos seis o siete años, pensé que se trataba de una broma. (Aunque, pensándolo mejor, tampoco se aparta tanto de otras tendencias de gestión . En su momento también sospeché que la gestión del conocimiento se trataba de una broma y estoy segura de que habría pensado lo mismo de Sigma Seis de haber tenido alguna idea de lo que iba). En todo caso, confiaba en que lo del cuentacuentos no duraría mucho y me preguntaba si no era demasiado rocambolesco para mencionarlo en una columna. Finalmente, me decidí y escribí que las historias podían ser, a veces, una buena forma de comunicación, siempre y cuando fueran cortas y directas y que a la persona encargada de contarlas se le dieran bien esas cosas. De no ser así, pensé que los hechos siempre serían mejor.
Pero me equivocaba. Desde entonces, la moda no ha hecho sino crecer. Prácticamente todas las instituciones creen ahora en los cuentacuentos. Incluso hay conferencias anuales al efecto. En julio de 2004 se celebrará en Bellingham (Washington) la Conferencia Anual Nacional de Cuentacuentos, con 52 seminarios, un maratón de cuentos y un grupo de apoyo especial para los contadores de cuentos. “Este año ofreceremos un curso especial previo a la conferencia diseñado para ayudar a los contadores de cuentos en sus campos específicos”, reza el programa. Resulta que hay un enorme número de personas con las palabras ‘contador de cuentos’ escritas en su tarjeta de presentación que se ganan la vida ayudando a los ejecutivos con sus historias. En un sitio web encontré lo siguiente: “Evelyn Clark, contador de cuentos empresariales, ayuda a organizaciones, equipos de trabajo y consejos de administración a desarrollar brillantes historias que se propagan como el fuego y sirven para transmitir su visión”.
El número de mayo de la revista Harvard Business Review contiene un artículo increíblemente razonado sobre el asunto, escrito por Stephen Denning, exjefe del Departamento de Gestión del Conocimiento del Banco Mundial, quién parece haber reconducido su carrera para convertirse en un gurú del cuentacuentos. En el artículo Dennig cuenta cómo había intentado convencer a sus colegas del banco para que aceptaran la gestión del conocimiento, pero su lógica presentación en Power Point no logró convencerlos. Entonces decidió escribir una historia en 150 palabras sobre un trabajador del sector sanitario de Zambia y, repentinamente, el Banco Mundial pareció comprender lo importante que puede ser el hecho de compartir información. Denning estaba tan encantado con el éxito de su historia que la presentó en una Convención del Centro Nacional de Cuentacuentos, pero los expertos la menospreciaron alegando que carecía de argumento y que los personajes no estaban bien construídos. Pero Denning sabía que su versión era mejor. Sabía que una historia muy elaborada habría sido desechada por sus colegas del Banco Mundial, quienes (como la mayoría de los ocupadísimos ejecutivos) quieren ir al grano en segundos y no están interesados en las divagaciones. La historia minimalista era mucho mejor.
Denning dice que lo que le funcionó a él también puede funcionar en términos generales: una historia corta, bien calculada, llegará a lugares a los que los mordaces analistas no pueden llegar. No le falta razón.Y si esto es lo que significa toda esta historia de los cuentacuentos, yo misma apoyo su visión. La diferencia, supongo, es que yo no la llamaría así. Simplemente, diría que se trata de poner un ejemplo relevante. El poder de un ejemplo salta a la vista y es algo que todos conocemos. Un buen ejemplo puede hacer que algo resulte más fácil de entender. El problema es que el concepto del ejemplo es una base bastante endeble para crear una moda en el mundo de la gestión.
Lucy Kellaway, Financial Times (versió castellana publicada a Expansión, 12-V-2004).